La reunión internacional para el cambio climático atrajo toda clase de atención, desde grupos radicales que aprovechan las candilejas, organizaciones civiles con propuestas serias y hasta líderes gubernamentales del mundo entero.
Esta cumbre es la culminación de un sinfín de reuniones temáticas previas de orden técnico. Es decir, no fueron dos semanas de trabajo sino el corolario de mucho más tiempo de labor intensa.
Labor que no resultó ni cercanamente al éxito. De la cumbre emana un documento, “Acuerdo de Copenhague”, que manifiesta intenciones y declaraciones cuyo mayor mérito es el desarrollo de un lenguaje común. No hay claridad en cómo lo discutido pudiera tener un sentido vinculante.
China no acepta la verificación internacional, Estados Unidos fue tardío en manifestarse asertivamente y África presentó una posición tendiente a reventar los acuerdos, más que a aprovechar la inercia para ser asistida en el desarrollo. Europa, a pesar del liderazgo que ha creado sobre el tema, no fue capaz de empujar una mejor solución para la cumbre.
La cumbre y su fracaso, coinciden con el mejoramiento de la economía mundial. Y, probablemente, dado el incremento en los precios del petróleo que lo acompaña, sea la economía quien influya más en que los países desarrollados inviertan en eficiencia energética y energías amables para el medio ambiente.
La buena marcha del movimiento contra el cambio climático parece depender más de los esfuerzos nacionales -salvo por Europa que ya se organizó- y de la voluntad de los gobiernos para impulsar una agenda que convenza a sus ciudadanos de la benevolencia de las acciones. Clave para el mundo serán las discusiones en el Senado americano.
jueves, diciembre 31, 2009
Copenhague II
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